2/12/2010

Rapsodia de un cobarde.





-¿Tú también despierta, Chica del Corazón Grande?
Estaba sentada en la mecedora del salón leyendo, con el pijama puesto, sus gafas amarillas y encima un enorme jersey de cashmire que la envolvía entera; todo el resto estaba a oscuras salvo la esquina que alumbraba con una lámpara de pie.
-¿Te duele la pierna, Papá?
Eran las 4.33, no se escuchaba nada más que el viento que hacía retumbar los cristales del porche y ella le miraba anonadada a través de la puerta de la cocina mientras que él se preparaba una taza de té.
-¿Qué te preocupa, “pretty-woman”? – le preguntó cuando se sentó sobre el sofá color burdeos y puso su pierna escayolada sobre la mesita de enfrente, junto al té.
Ella se levantó de la mecedora y se movió hasta el lado derecho de su padre, dejando el libro de lado. Le miró enternecida y se acurrucó para que él pudiera abrazarla.
-"El idiota" de Dostoyevski, ¿eh? – tomó un sorbo de la taza de té y tras un silencio de tres minutos, mirando el cuadro grande que tenían en la pared opuesta continuó: - Lo he hecho bien contigo. Todavía me acuerdo cuando me pedías que te cantara e intentabas seguirme desafinando hasta morir; y mírate ahora, brillante.
-Papá, cuéntame un cuento, uno como los que me contabas cuando era pequeña y había fantasmas… - entonces, él, con su voz grave e intensa, empezó a hablarle de estrellas mientras que poco a poco ella cerraba los ojos sintiendo que su corazón se acompasaba.
-… A veces daría lo que fuera porque fueses más mediocre...
Apagó la luz y se quedaron dormidos en el viejo sofá burdeos. 


Lo que te hace sentir bien no te puede causar ningún daño.
(Janis Joplin)

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