4/12/2010

(C) de Caos o de Clara.



Jen llevaba merodeando toda la mañana por casa vestida con su bata de gasa color beige y con un té al limón contenido en un mug de loza comprado en su última visita a Londres. Estaba descalza, su pelo rubio casi transparente se recogía en una especie de moño por un lapicero viejo que había encontrado en su secreter; parecía una de las geishas que recuerdo de mis viajes a Oriente.
Por las ventanas entraba ese sol de invierno del que se podía intuir que fuera hacía frío, pero debajo de su atuendo estaba completamente desnuda y sus piernas se veían aterciopeladas de un color nácar perloso que hacía reflejar todos los rayos.
Entró en la habitación prohibida y encendió el reproductor de música, después  abrió tres o cuatro botes de pintura y cogió una brocha en su mano derecha mientras que con la izquierda encendía un Marlboro Light.
Debió pasar más de tres horas encerrada en el cuarto en el que me tenía prohibido entrar, no podía ni siquiera llamar a la puerta. Cuando por fin salió pasó por el salón sonriéndome y siguió recto hacia el dormitorio; empezó a revolucionar todo, abrió cajones y armarios y desmontó todas las estanterías.
-Jen, cariño, ¿Qué haces?
-Tirar el síndrome de Diógenes a la basura, mi amor.
Ahí la vi: sentada en la alfombra circular de la habitación con sus piernas desnudas y dobladas hacia atrás rodeada de mil quinientas fotografías y cartas y papeles y todos los objetos que habían llenado cada una de las esquinas de su vida hasta el momento.
Me di la vuelta y mi curiosidad me colocó en el centro del cuarto prohibido.
El lienzo esperaba pálido a que una gota de pintura le hiciera respirar y, sin embargo, a su alrededor, sobre lo que antes era una pared blanca de cal, mil mezclas de los tubos de óleo que había vacíos en el suelo adornaban todo el resto de la pared como si de un marco se tratara.



“…una extensión de arena solitaria, y allí, en la sombra violeta de unas rocas rojas que formaban como una caverna, tuvimos un breve encuentro, con un par de anteojos negros perdidos como únicos testigos.
[...]
En verdad Lolita no pudo existir para mi si un verano no hubiese amado a otra…”

(Lolita de Vladimir Nabokov)

3 comentarios:

  1. Me recordó a la escena de Grandes Esperanzas, cuando Finn pinta a la chica, ¿te acuerdas?
    Muy bonito.


    Muchos besos, encanto :)

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  2. La solucion es tan simple, pero nunca la vemos ni la oimos, al igual q yo.
    dulce... y amargo asi es...

    un beso xever
    hermoso bloggg ojala lo hubiese visto mucho antes.
    eyb eyb eyb

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