12/25/2010

Yo quería una muñeca.




¿Dónde va todo lo que no metemos en la maleta?





"Cuando llegue la hora de mi muerte, no sentiré haber vivido en vano. Habré visto los crepúsculos rojos de la tarde, el rocío de la mañana y la nieve brillando bajo los rayos del sol universal; habré olido la lluvia después de la sequía y habré oído el Atlántico tormentoso batir contra las costas graníticas de Cornualles."
(Bertrand Russell)


12/20/2010

La llave extraviada del cajón de-sastre.



Querida Yo,
¿Estás viva? ¿Me escuchas? Llevo un par de meses en los que estoy soñando por las noches, incluso a horas del mediodía cuando me dedico a coser los agujeros entre mis dedos y los ojos se cierran lacrados del rojo intenso de un cuerpo que aprieta. He vuelto a soñar.
Fue el brillo efímero de esa nostalgia, la noche en la que conducía por Madrid, lo que me llevó a olvidar que del cielo podría caer agua, o viento, o ira; pero aún así me acordé que abandonar la carta tropecientosmil  a su suerte haría que llegase seguro a alguna isla de piratas, de esas que tanto me gustaban cuando era pequeña.

Como desapareces y vuelves a aparecer. Como puedes ser y nunca estar. Como no pasa el tiempo pero te veo mayor. Y cuando tienes que mentirle al miedo, ¿qué le dices?

Nació en el eje de la punta de mi nariz de manera que no pudiera enfocarle ni aunque quisiera y, como la energía, saltó de lunar en lunar transformándose mientras dilataba los ejes de mi tiempo y las comisuras de mi sonrisa. En un beso robado rodeado de mil personas que no existían se desnudó sin que ni la mirada le delatase y se coló en el asiento del copiloto a modo de cuerda de guitarra para entonar alguna sinfonía. Se acostumbró. Sí, lo hizo. Se acostumbró a ser ese punto y final de todas las frases que me callaba para él.

La sensación de encontrarse prisionera de algo que te envolviese cada vez más deprisa fue aguda todas las mañanas, por eso salía de la cama despedida y no volvía hasta horas como éstas en las que te vuelvo a escribir. 
Deberías sentirte traicionada. 





"Todo el mundo me ha odiado, ese es el primer recuerdo que tengo. La gente miraba mi cara y mi cuerpo y huían aterrorizados. En mi soledad decidí que si no podía inspirar amor, mi más profunda esperanza, causaría miedo. Vivo porque este pobre genio medio loco me ha dado vida. Él solo construyó una imagen de mí como algo hermoso y entonces, cuando podría haber sido suficientemente fácil como para estar fuera de peligro, usó su propio cuerpo como conejillo de indias para darme un cerebro más calmado y alguna manera más sofisticada para poder expresarme"
(The monster in Young Frankenstein - Peter Boyle)

12/14/2010

En mi Universo no hay cuerpos, ni mundo, ni cuevas. Sólo agua. Y tiembla.







-¿Qué haces beautiful?
-Con este sol la playa está vacía.
-¿No sabes que está prohibido leer diarios de otras personas?
-Teo, mi amor, no existe. ¿Puedes encender la chimenea?
-Demos un paseo en bici Lía.
-Sí, mejor. Los perros vuelven a tener hambre. 











"Es como la marea, ¿sabe usted? —decía, ido— La barbarie, digo. Se va y uno se cree a salvo, pero siempre vuelve, siempre vuelve… y nos ahoga. Yo lo veo todos los días en el instituto. Válgame Dios. Simios es lo que llegan a las aulas. Darwin era un soñador, se lo aseguro. Ni evolución ni niño muerto. Por cada uno que razona, tengo que lidiar con nueve orangutanes."
(La Sombra del Viento - Carlos Ruiz Zafón)


12/11/2010

Cambio responsabilidad contra terceros por seguro hasta para el color del pelo.



El mar estaba furioso, nunca había paseado por la bahía con un nordeste tan impetuoso: la daga en alza, esmoquin y bigote atornillado. La gente que pasaba a su alrededor, como ella, se cubría la cara con amplias bufandas de colores muertos mientras las coletas de sus abrigos se separaban de las formas. Todavía no había comenzado a llover, como lo hizo la noche anterior, pero ya se auguraba el principio de un otoño que se asemejaba al del '35.
Entró por una puerta escondida entre los soportales de granito y subió unas angostas escaleras de madera que crujían a modo de alarma anti-intrusos: -Eres la última. Por favor, siéntate. - le dijo el hombre de chaqueta que había en el centro de la habitación.
El lugar era frío, las paredes estaban vacías y lo único que funcionaba era una pequeña salida de llamas con cuatro palos que intentaban abrazar a las catorce o quince personas que en forma de círculo se sentaban sobre unas sillas cochambrosas.
-Lo dejamos, no hay dinero, ni fuerza y nos estamos quedando sin suficientes hombres, han abandonado todos. Allan y Marteen ya han vuelto a Berlín y Lidia está en el tren hacia casa de sus padres.
Jen se quedó en la misma posición. Llevaba tres años en ese pueblo. Intentó abrir la boca pero la frenaron antes de que dijera nada: -Jen, deja de soñar, aquí nadie quiere hacer nada. No se puede luchar contra algo que nadie quiere pero que acepta.
La sala se vació. Años más tarde encontraron lo que quedaba del dinero del alcalde. Se cayó al agua una noche de tormenta.





"-Me importa- repuso Clary. - Yo no soy Jace.
-Nadie lo es. Y me da la sensación de que èl lo sabe.
-¿Qué se supone que significa eso? 
-Ah, ya sabes. Jace me recuerda a un antiguo novio mío. Algunos tíos te miran como si quisiesen acostarse contigo. En cambio, Jace te mira como si ya lo hubiesen hecho y hubiese sido genial."
(Cazadores de Sombras)

12/01/2010

La cornamusa non suona mai se non ha il ventre pieno




Cécile Bourdet era una de esas personas enteramente imposibles.  De complexión extremadamente delgada, pelo lacio  y unos dedos sibilantes que temblaban acorde a los taxis que perdía cada vez que no gritaba.
Así comenzó su amistad. Aquellos días amenazaban con la llegada de la primavera pero el viento era todavía demasiado frío como para que las hojas volviesen a trepar hacia los árboles y el sol demasiado tímido como para enfriár los tés de las cafeterías del centro.
Cécile era una máquina memorística que había llegado desde Poitiers hacía apenas un año.
-¡Oh! ¡Mira Cécile! - al fondo de la calle, desde el número 26, salía un hombre con chistera y levita cargando un mono en su hombro derecho - Hace siglos que no voy al zoológico, he de llevarte.
La boca pequeña esbozó una tímida sonrisa.
-Sólo las blancas, aquí sólo se pueden pisar las blancas. ¿Es que en Francia no os gusta el chocolate? - Alicia, con un gorro rojo y bufanda a cuadros, siguió saltando por el paso de cebra. -Si pisas las negras dicen que no saben hasta dónde hundirás la rodilla...










"El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar."
(Harold Pinter)