8/27/2017

Nunca un agosto fue tan octubre


Le gustaba oler la ciudad en esos días especiales en los que, de pronto y sin previo aviso, la lluvia calaba todos sus poros después de muchos días de soledad total.
Recorría entonces el asfalto con su vestido de verano y unas chancletas color azul cian, el pelo demasiado rebelde como para intentar controlarlo y el corazón demasiado cansado como para tan siquiera preguntar cual de las dos Mónicas había salido hoy a pasear.
Le quedaba de ella sólo el saber llamar a las cosas de otra forma, por su nombre invisible, por los recuerdos que no dejan, y mientras tanto seguir intentando entonar ese mea culpa por el que ya era incapaz hasta de hablar.




"La probidad, la sinceridad, el candor, la convicción, la idea del deber son cosas que en caso de error pueden ser repugnantes; pero, aún repugnantes, son grandes; su majestad, propia de la conciencia humana, subsiste en el horror; son virtudes que tienen un vicio, el error. La despiadada y honrada dicha de un fanático en medio de la atrocidad conserva algún resplandor lúgubre, pero respetable. Es indudable que Javert, en su felicidad, era digno de lástima, como todo ignorante que triunfa."
(Los miserables)