Paseaba distraída por la galería, de vez en cuando se sentaba sobre algún banco ante uno de los cuadros y se quedaba impávida, con las piernas cruzadas. Llevaba el pelo recogido en una especie de moño y su aspecto desaliñado pero encantador hacía ver los dulces rasgos de su cara.
-Chica, es tu tercer día aquí, vamos a empezar a creer que estás planeando un robo. - le dijo el vigilante de la puerta cuando sonó el timbre de cierre y ella se dirigió a la salida. El tipo era un hombre canoso, de unos sesenta años, con buen aspecto y bastante entrañable; de esos abuelos abrazables.
-Sería una buena idea Alfred, hasta mañana. - y la chica de las gafas amarillas salió paseando por la Castellana para arriba. Esa noche hacía un viento helador.
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-¿Perdona, me puedes decir dónde están los servicios?- le preguntó un chico moreno.
-Lo siento, no trabajo aquí, no lo sé.
-Ah, perdón, como el otro día vine con mi madre y te vi en este mismo banco pensé que eras de aquí.
-No te preocupes - y ella siguió con la mirada perdida, haciendo que estaba presente y girada hacia él pero inmersa en su vacío.
Él se giró y fue a preguntarle a uno de los guardias sentado en la esquina. De pronto, cuando ya iba hacia el baño se dio la vuelta y volvió a preguntarle a la chica del moño: -Esto...perdona si te molesto, pero... ¿Vienes todos los días?
Ella se rió, acababa de sonar el timbre, se levantó, se puso el abrigo y los zapatos otra vez y le hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
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Las siguientes dos semanas las pasaron juntos en el banco central de la galería, a veces paseaban, otras se paraban cuando ella frenaba en seco ante algún cuadro. Ni siquiera se dirigían la palabra, ella estaba allí, con su mirada ausente y él, él estaba totalmente enganchado a esas tardes.
Cuando sonó el timbre aquella noche estaba lloviendo a cántaros y tras pasar el control de policía le preguntó si quería que la llevara a casa.
-Iré caminando, gracias. - le contestó ella con su sonrisa.
Se giró y le miró, él pudo ver que era la primera vez que ella estaba presente. -Supongo que esto es una despedida.
-Te encanta dejarme con sed de ti. - le dijo él.
La chica del moño y la sonrisa se giró con su gabardina a cuestas y empezó a caminar por la acera derecha de los árboles. Él la vio desaparecer.
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A la tarde siguiente, Edu llegó a la galería a la misma hora que todos los días. Cerrado. En la puerta un cartel enorme que ponía: "La próxima exposición dará comienzo el 13 de Marzo".
A ella, nunca más la volvió a ver.
Así es la vida, cosida a base de trenes perdidos y estaciones vacías.