Desde allí, el océano parecía más profundo y el campo se dividía con perfecta geometría en colores cálidos que auguraban la entrada de un otoño que todavía no había sentido. Silvia recordaba con incredulidad los crecientes tintes amarillos y escarlatas alreadedor de las colinas detrás de su antigua casa; mientras tanto viraba de vez en cuando hacia las páginas en las que su compañero de fila garabateaba un sin fin de símbolos que a ella le parecían la química orgánica que nunca había sabido captar. Le parecía asombroso cómo algunos hombres se excitaban con el olor del acelerante.
Se despertó con el bote de las ruedas contra el firme. Para entonces todos los apuntes ya estaban encerrados de vuelta en el maletín y el que había sido su amigo de viaje se había vuelto a esconder detrás de un sombrero de copa.
En su sueño pensó que era mucho más sano excitarse con el olor de un té con limón a las ocho de la mañana.
"El silbido del expreso de Madrid me rescató de mis bucólicas meditaciones. El tren irrumpía en la estación a pleno galope. Enfiló hacia su vía y el gemido de los frenos inundó el espacio. Lentamente, con la parsimonia propia del tonelaje, el tren se detuvo. Los primeros pasajeros comenzaron a descender, siluetas sin nombre. Recorrí con la mirada el andén mientras el corazón me latía a toda prisa. Docenas de rostros desconocidos desfilaron frente a mí. De repente vacilé, por si me había equivocado de día, de tren, de estación, de ciudad o planeta. Y entonces escuché una voz a mis espaldas, inconfundible."
(Marina)