8/31/2011

De Tristano e Isotta e historias reversibles.


Fue mientras atravesaba las dos estancias precedentes al estudio cuando se dio cuenta de ser un brillante felino de pelo liso y perfumado que se preparaba a engullir cualquier pequeño ratón que se había estado limpiando los bigotes primorosamente durante toda la semana. 
Se sentó sobre el cojín de terciopelo azul que yacía sobre una de las butacas, como si se tratase de una princesa de cuento de hadas, y se quedó ahí parada esperando a que reaccionaran por ella; parecía que necesitase la fuerza de un buen temblor que volviese a hacer funcionar su corazón. 
Ric dejó de buscar en la estantería por un momento, frunció el ceño y mirando a la muchacha la invitó a que le acompañara en su búsqueda.
-¿Qué quieres para hoy? - la preguntó sabiendo ya que no recibiría una contestación, fue más bien una reflexión en voz alta que continuó con una frase sin parada.- Siempre me ha gustado Dickens para estos días.- Extendió el brazo y eligió un libro de cubierta color magenta e impresiones en dorado antiguo. Lo dejó encima del secreter y volvió a situarse de cara a la librería; como si buscase la respuesta a todas las preguntas que ella no conseguía formular. 
-Hoy no me apetece leer. - dijo ella dirigiéndose hacia la lámpara de la esquina. La apagó y dejó que en el pequeño cuarto solo se calentase por la chimenea de la estancia contigua.  Entonces se desató el vestido, lo dejó caer hasta los tobillos y se volvió a apoyar en el viejo sillón color esmeralda. 
Él seguía inmerso en todos los títulos que tenía delante; de vez en cuando cogía alguno, lo desempolvaba y lo volvía a poner milimétricamente en la misma posición en la que lo había encontrado.
-Háblame de la muerte Ric, pero como si ésta fueran dos amigos en el fondo de un autobús. 




"¡Si en la historia no hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las celebridades personales, cuán pequeña sería! Está en el vivir lento y casi siempre doloroso de la sociedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno. En ella nada es indigno de la narración, así como en la Naturaleza no es menos digno de estudio el olvidado insecto que la inconmensurable arquitectura de los mundos. Los libros que forman la capa papirácea de este siglo, como dijo un sabio, nos vuelven locos con su mucho hablar acerca de los grandes hombres, de si hicieron esto o lo otro, o dijeron tal o cual cosa. Sabemos por ellos las acciones culminantes, que siempre son batallas, carnicerías horrendas, o empalagosos cuentos de reyes y dinastías, que preocupan al mundo con sus riñas o con sus casamientos; y entretanto la vida interna permanece oscura, olvidada, sepultada. Reposa la sociedad en el inmenso osario sin letreros ni cruces ni signo alguno: de las personas no hay memoria, y sólo tienen estatuas y cenotafios los vanos personajes... Pero la posteridad quiere registrarlo todo: excava, revuelve, escudriña, interroga los olvidados huesos sin nombre; no se contenta con saber de memoria todas las picardías de los inmortales desde César hasta Napoleón; y deseando ahondar lo pasado quiere hacer revivir ante sí a otros grandes actores del drama de la vida, a aquellos para quienes todas las lenguas tienen un vago nombre, y la nuestra llama Fulano y Mengano."
(Benito Pérez Galdós - El equipaje del rey José)
 

8/21/2011

Tenía la boca seca, como si hubiera masticado tiza.




A Moira le gustaba levantarse la primera las mañanas de domingo. Después de caminar de puntillas por el salón hasta la cocina, sentía que todo era nada más que suyo cuando abría el cajón de las galletas y tenía instantes grapados para elegir qué iba a combinar con la piña que el doctor le había recetado en ayunas. La combinación no era desde luego fácil, las rodajas amarillas pasaban lijando su lengua y provocando una sensación de hinchazón que la enmudecía durante el resto de las horas hasta el almuerzo.
Lo que más le gustaba de todo era calzarse las zapatillas de salir corriendo y apretarse los cordones tan fuerte que no quedase ni una gota de sangre entre su tobillo y el dedo gordo; así al menos tenía asegurado que hacerse mayor no entraba dentro de sus planes.





El otro día leí un dato que me acabó de corroborar algo curioso. Según un estudio, el 62% de la población opina que si alguien encuentra dos llamadas perdidas del mismo número en su móvil está obligado a devolver la llamada porque se supone ya has contactado con él. Me explico: seis de cada 10 personas creen que si llaman dos veces a alguien y no lo encuentran, en realidad éste sí sabe que le buscas. Sin duda, esto es lo que menos me gusta de los móviles, las presunciones.

A ver, si no te encuentras, no te encuentran. Antes, cuando solo había fijos, no te fiabas del hermano ni de la madre. Llamabas y rellamabas hasta hablar con la persona. Os he de confesar que, a veces, añoro tanto los teléfonos fijos... Sobre todo, aquellos de disco giratorio. (...)

Los teléfonos fijos de disco me encantaban por una única razón. Y tiene que ver con lo complicado que era
hacer o no hacer la llamada. Recuerdo lo que costaba marcar cinco números, escuchando el sonido del disco volviendo cada vez. Y al sexto número finalmente colgabas, te dabas cuenta que no te atrevías. Que épicas son las primeras llamadas a alguien.

Necesitabas tanta fuerza y coraje para marcarlos todos. Y aquel ruido del disco era el sonido de la heroicidad. Ahora, si llamas y cuelgas, creen que es una perdida y te la devuelven.

Así que os he de confesar que a veces, aunque tenga el número memorizado, lo marco y mentalmente escucho el
crack crack y me vuelvo a sentir un héroe.
(Dos perdidas, una recibida - Albert Espinosa)

8/11/2011

De tacones de suela roja y harinas de centeno.




Se hablaba de maravillosas historias cosidas prácticamente con hilo de pescar, tan tenso que no deja respirar ni a los remedios de la peor gota jamás habida. Estoy segura de que tener Ladies o Lores entre líneas extirparía la angustia de no ser capaz de combatir el deseo por construir mundos aún mayores, pero no puedo felicitarme más por el eterno optimismo; no hay princesas, ni magia, ni investigadores felinos.
Posiblemente algunos de ellos estén más cerca del Rey de lo que jamás hubiesen soñado, pero por ahora no hay tinta suficiente para dar rienda suelta a unos dedos que se sienten trenzados, prendidos del hálito de brillos fugaces que llenan espacios que otros no pueden hacer.
No puedo firmar nuevos tratados como Catwoman, sólo me permito sentarme cinco minutos delante de la ventana de plástico de mi habitación y escuchar cómo la radio me recuerda que las historias largas se escriben para buscar un final; y todavía no estoy lista para eso.






"Si te sirve de algo, nunca es demasiado tarde o, en mi caso, demasiado pronto para ser quien quieres ser. No hay límite en el tiempo. Empieza cuando quieras. Puedes cambiar o no hacerlo. No hay normas al respecto. De todo podemos sacar una lectura positiva o negativa. Espero que tú saques la positiva. Espero que veas cosas que te sorprendan. Espero que sientas cosas que nunca hayas sentido. Espero que conozcas a personas con otro punto de vista. Espero que vivas una vida de la que te sientas orgullosa. Y si ves que no es así, espero que tengas la fortaleza para empezar de nuevo".
(El curioso caso de Benjamin Button)

8/05/2011

Un piede dopo l'altro.


Había momentos en los que Lía no sabía muy bien si pintarse las uñas de nuevo o saltar en patinete por alguna de las barandillas en las que se apoyaba cuando ya se sentía demasiado cansada del calor de Madrid. Cuando Teo se marchaba todo se quedaba con un tono gris magenta que bañaba hasta su falda, no le hacía ninguna falta pasar por la piscina esos días, simplemente podía escurrirse en cualquier colador que encontrase. Como si tamizase harina; pero de una pasta mucho más espesa.
Leo era el ying de una filosofía que siempre había desconocido, era como cuando llegas a un paso de cebra que está en rojo y te apoyas sobre el semáforo con tu hombro derecho mientras tu rodilla hace un giro dejando lacia esa pierna, como cuando te cuesta salir del mar por la resaca pero llega una ola agradecida que te da un pequeño empujón.
Ellos apenas recuerdan los primeros momentos, muchos muchos años atrás, pero se han convertido en una conexión desimantable. Volviendo a los "comos": como si ni fuese pensable no desayunar juntos.


Me gusta ridiculizarme a mí mismo y no tomarme demasiado en serio. No llevaría todas estas ropas si fuera serio. Lo único que me hace seguir adelante es que me gusta reírme de mí mismo. Pero todo es fingido. Por dentro sigo siendo un músico."
(Freddie Mercury)