4/01/2010

Patagonia Gauchesca.






La primera vez que vio a Renato estaba sentado en la estación de Retiro, llevaba gafas de sol y pantalones por la rodilla, no recuerdo si eran vaqueros ó azules. Esperaba un taxi que le llevara hacia su hotel. Quizá le había visto en Ezeiza, probablemente había tomado el mismo colectivo que ella para llegar al centro, pero no estaba segura.
Era moreno, no tendría más de 30 años.
Pudo ver que la miraba cuando entró por la puerta de la sala donde esperaban instrucciones y también cómo probaba a buscar las palabras exactas en castellano para saludarla, era brasileño.
Les sentaron juntos en el mismo remise, primero la llevaron a ella a la puerta del teatro. Cuando se despidió de él y de Pedro, el conductor, le pidió su número de teléfono.
-Cati, me llamo Cati. Y no tengo teléfono.
Le dio un beso en la mejilla y se bajó del auto cerrando la puerta.

La segunda vez que vio a Renato fue cuando Natalio, el conserje, llamó al camerino avisando que había llegado un paquete para ella. El Cervantes, Libertad con Avenida de Córdoba, era una de las salas más fastuosas de Buenos Aires aunque quedaba algo lúgubre con las telas adamascadas de las paredes; bajó las escaleras.
Los ojos verdes del chico moreno sostenían un ramo de rosas en el hall de baldosas azules estilo andaluz.

La tercera vez que vio a Renato entraba el sol de los 30º del mediodía de la ciudad porteña por el ventanal del piso veintidós del Intercontinental. Él todavía estaba dormido.
Salió de las sábanas sin hacer ruido y dejó la puerta entreabierta para no despertarle.
“Nos veremos en Río” .
Eso decía la nota que le dejó sobre la mesilla. 



"Sentí que se me encogía la garganta y, a falta de palabras, me mordí la voz. "
(Carlos Ruiz Zafón)

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