12/26/2009

La productividad de las horas de trabajo.



Aquella noche diluviaba.
El manto de agua cubría todo el cielo y las alcantarillas rebosaban. Las ratas corrían al borde de las cornisas y por los canalones buscando refugios y las luces de los pocos bares de mala muerte que quedaban abiertos iluminaban algunos recovecos de la ciudad.
El número 120 era un edificio de cuatro plantas, en pleno Chelsea, del tipo de los que tienen una puerta de madera con herrería más grande que la misma primera planta.
Jack dio tres toques secos con la aldaba de bronce que colgaba del portón. Corrían gotas por toda su cara y la gabardina tenía un aspecto tan deleznable que podía ser un vegetal. La puerta se abrió y exhausto se enfiló dentro.
Le sirvió un vaso de whisky tan largo que hubiese cabido una dentadura postiza. Ella tomaba soda.
-Entonces- dijo- ¿Para qué quería verme?
Ella apoyó su mano sobre su hombro y le hizo estremecerse.
-Relájese- dijo sonriendo - no tiene prisa. ¿verdad?
Él negó con la cabeza y observó cómo cambiaba de música en el tocadiscos. El salón estaba ordenado, el cenicero lleno de cigarrillos a la mitad  y en las paredes los cuadros más magníficos que jamás había visto.
-¿Su bebida está bien?- preguntó mientras miraba por la ventana.
-Sí - dijo Jack, y tomó un sorbo. Tenía aroma a turba, era suave, sin quemazón. Era un buen whisky. Se preguntó si era ella la que necesitaba reposar la cabeza. Entonces le preguntó por la mujer desaparecida. La pregunta no pareció sorprenderla.
-Oh, sí - respondió - Supongo que usted es el Señor Mill. Lo olvidaba. ¿verdad? Es el que cuando ya todo se da por perdido llega y resuelve el caso. Entonces, fuera misterio. 
-Por Dios, Señora. Aquí no hay ningún misterio - contestó Jack provocativamente. - Este caso no es más que un rompecabezas de una historia que se lleva repitiendo más de siete años. Y a mi me gustan los rompecabezas. 
-Ya veo. Tenemos más cosas en común de las que pensaba - dijo pícara. Casi burlándose de él.
- Supongo que entonces también creerá que cuando un rompecabezas cuadra el misterio termina. Y el interés muere. - el detective entonces encendió un nuevo cigarrillo y la agarró por la mano.
-Llámeme Jen. - contestó ella mientras se volvía a alejar.
-Está bien, Jen- la comisura de la boca se le entornó - Entonces, ¿Me va a decir qué sabe? 
Aquella sonrisa le irritaba bastante; quizá porque tenía un toque burlón o porque quería callarla con un beso. Tomó un largo sorbo del vaso de soda que antes había apoyado sobre el secreter y se quitó los tacones que calzaba.
- Usted quiere besarme y el hecho de que lo piense y no lo haga le torna aburrido. Cuando un misterio se termina, el interés muere; usted mismo lo ha dicho. - abrió la puerta y recorrió el pasillo - Ella ha desaparecido porque usted ya no le interesa Jack, se ha vuelto demasiado previsible. 


Al cerrarse la puerta, Dorian se guardó la llave en el bolsillo y recorrió la biblioteca con la mirada. Sus ojos se detuvieron en un amplio cubrecama de satén morado con bordados en oro que su abuelo había encontrado en un convento próximo a Bolonia. Sí; serviría para envolver el horrible lienzo. Quizás se había utilizado más de una vez como mortaja. Ahora tendría que ocultar algo con una corrupción peculiar, peor que la de los muertos: algo que engendraría horrores sin por ello morir nunca. Lo que los gusanos eran para el cadáver, serían sus pecados para la imagen pintada en el lienzo, destruyendo su apostura y devorando su gracia. Lo mancharían, convirtiéndolo en algo vergonzoso. Y sin embargo aquella cosa seguiría viva, viviría siempre.
[El retrato de Dorian Gray]

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