9/18/2009

Metiendo quinta. A falta de una sexta.




Iba dibujando su boca como si saliese de cada uno de sus dedos, como si fuera la primera vez que ésta se entreabría.
Así tocaba lentamente su boca, con un dedo el borde de la comisura izquierda, y sólo le hacía falta cerrar los ojos para deshacerlo todo y comenzar de nuevo.

Nacía cada vez la boca que su mano elegía, que deseaba, y la dibujaba en la cara, elegida por ella, siempre con una libertad centelleante, con su mano en su cara, coincidiendo exactamente, por un azar que no buscaba entender, con la boca que sonreía debajo de la que su mano dibujaba.


Confundidos respiraban. Y la miraba. La miraba de cerca, cada vez más de cerca. Fue entonces cuando se miraban cada vez más de cerca, jugando a los cíclopes, agrandando sus ojos, acercándose entre sí.
Se miraban, los cíclopes se superponían y sus bocas se encontraban luchando intrépidas tibiamente, se mordían con los labios mientras tanto y jugaban en el silencio, rodeados por un aire pesado que luía lleno de viejo perfume por aquel recinto.

Entonces fueron las manos de ella las que buscaron hundirse en su pelo; mientras se besaban ella acariciaba la profundidad de su pelo lentamente como si tuvieran la boca estallada de nítidas fragancias, o de lirios, o de estrellas, o de vivos movimientos.

Esa instantánea muerte era bella si se ahogaban en un pequeño y escalofriante inspirar simultáneo de aliento, y era dulce ese dolor si se mordían.



Y él la sentía temblar contra sí como una onda de mar. 

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LOCURA(S)