11/02/2009

En el fondo lo deseaba.



    El sol sofocante de mediados de julio hacía chorrear el sudor por sus piernas. La arena parecía arder abajo, en la playa, y el mar estaba llano como un plato, incapaz de regalar una brizna de brisa.
    Llevaba puesto un sombrero de paja y una camisa azul marino que dejaba transparentar su sujetador a rayas con encaje. Gafas de sol.
   Paseaba entre la gente con su cigarro en la mano y su sonrisa buscona.
-Richard, querido, un bitter kas- sin una gota de alcohol el sabor amargo incluso endulzaba la acidez de su carácter. Sarcástica, irónica y extremadamente corrosiva.
-Hoy estas preciosa, Georgie - contestó él mientras levantaba la mano al camarero y se fijaba en las kilométricas piernas subidas en unos tacones de más de ocho centímetros.
-Eso es porque nunca me has echado un polvo. - impávida se quitó las gafas de sol.
-Tiene solución. Ahora mismo. - Richard le propuso.
Sonriéndole, pícara, se levantó de la mesa con su bebida roja en la mano izquierda y poniéndose las gafas con la derecha: - Si lo hiciera, ya no sería un reto para ti. 
Se agachó dejando ver el canalillo y le dio un beso en la mejilla, marcándole con su pintalabios color carmín.

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