4/12/2012

Co-Laburando.




Había algo de camaleónico entre los tacones de Jen y su camisa de andar por casa, una camisa blanca, ancha y suelta que le gustaba ponerse cuando aterrizaba de vuelta a su pequeña ciudad. No era por desperdiciar lo grande, ya que los labios color carmín y sus cabellos rubios recogidos en un moño le parecían una mezcla del todo acertada para las comidas de sushi informal y los platos más sofisticados de la élite de la capital. Tenía, por obligación, un par de almuerzos semanales con socios de todas partes del mundo y así, aprovechaba para degustar los platos más en boca y los cócteles más refinados. Cuando llegaba el fin de semana le gustaba mantenerse dos centímetros por encima del suelo y cambiaba el cuchillo y el tenedor por unas suaves hmaburguesas o pizzas para comer en el momento, incluso sentándose con las piernas cruzadas en medio de la plaza de San Ildefonso; sí que podía embucharse en sus queridos vaqueros raídos entonces.
Pero anhelaba el olor de la cocina de casa, de los baldosines azules que acompañaban los guisos de su abuela, de las mañanas en la huerta y las tardes ordeñando el ganado; recordando un resolillo que su familia se había empeñado en que no era para ella. Iba de pasada, como siempre. Desde que se marchó a Inglaterra, sus paseos por las calles de piedra habían sido puntuales y efímeros, pero su reencuentro con la cuchara, aunque se hacía esperar, llenaba de olor su corazón hasta la próxima escapada.
-¿Ya te vas? - le preguntó su madre nada más ella apoyar la maleta en el recibidor de la casa de campo, erguida sobre largas vigas de madera antigua.
-Me están esperando, seguro - le contestó Jen dándole un beso en la mejilla. Salió disparada bajando las escaleras, ya con su atuendo de guerra preparado. Recorrió las pequeñas callejuelas del pueblo de piedra, desierto a esas horas, para llegar al río. Abrió la pequeña puerta roja, recorrió los geranios y se encontró con un par de mariquitas por el camino. El hedor de la carne en la lumbre se podía intuir desde la entrada, acompañado por el pan que el abuelo acababa de hornear en la piedra. Allí, efectivamente, esperaba su guiso; ese que ella había pedido cada cumpleaños y que por mucho que intentase nunca lograba que saliese tal cual aquella señora de mirada entrañable y pelo cano bordaba. Un tenedor de plata sobre una servilleta de lino perfectamente doblada y unos minutos de gloria para reponer fuerza y recordar qué es estar en casa.




House: Era perfecto, hermoso.
Wilson: La belleza, a menudo, nos seduce en el camino a la verdad.
House: Y trivialmente nos parte en dos.
Wilson: Muy cierto.
House: ¿Eso no te molesta?
Wilson: ¿Que te equivocaras? Trato de superar el dolor.
House: No estaba equivocado, todo lo que dije era cierto, encaja, era elegante.
Wilson: Y, ¿la realidad se equivocó?
House: La realidad casi siempre es un error.

(House)

5 comentarios:

  1. Nada como esa cocina de la abuela...

    Nada como esta 'historia de carne guisada'...

    Nada como seguir esperando tu texto y por fin...leerte.

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  2. Por un momento me he imaginado avanzando por el pasillo de la casa del pueblo de mis abuelos, oliendo a mi guiso favorito. Es cierto que la belleza a veces nos desvía del camino, pero pronto nos damos cuenta que es efímera. Feliz fin de semana

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  3. Hola guapa! muchas gracias por tu comentario, me ha encantado este texto!
    te sigo!
    besitos

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  4. Que bueno haberte encontrado! Me encanta tu blog!

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  5. Es verdad ami también me llamó la atención su blog, Enhorabuena por el trabajo realizado.
    Energias Renovables

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