Solas recogían cada uno de los pedacitos en los que el espejo se había roto. En el desván de casa de la abuela volvían a creer tener ocho años.
-¡Ay! - gritó Casilda que creía haber visto corretear un escorpión entre las viejas vigas de madera. -¡Mátalo, mátalo!
-¿Qué? ¿Dónde?
-El bicho, ¡tonta! - aclaró ella.
Gloria no pudo más que mirarla y decir: -Aquí.
Entonces, puso un dedo sobre su corazón.
¿Me da una bola del mundo?
Pero que sea cuadrada, por favor.
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