8/09/2020

Mixto con huevo



Recorría con su dedo una y otra vez las espirales del mantel rosa fucsia donde reposaba su ordenador, éste esperando que se dignase a escribir una sola palabra mientras que el té con leche se enfriaba a su lado al mismo ritmo que su estómago se contraía presagiando que los días de abrigos de peluche habían terminado. 
Involución. Revolución. Evolución. 
Era como si Cas estuviese pintando de nuevo su cara sobre el mantel, recorriéndola con los dedos como solía hacer a altas horas de la madrugada pretendiendo apuntalar en su mente cada peca de su nariz, cada gesto de su ceja, cada arruga de sus ojos.
Le gustaba recordar cada momento bonito de instantes efímeros agarrándolos como clavos ardiendo con esa manía ancestral que tenía de quedarse sólo con todo lo bueno y es que, al fin y al cabo, lo mágico de los recuerdos es que los moldeamos como a cada uno le apetece y son ellos los que nos marcan nuestro estado de ánimo y nuestras acciones futuras. Curioso, ¿verdad?  Somos el producto del recuerdo que nuestra mente moldea a su antojo. Y a partir de ahí, el resto del camino.


Y últimamente ni siquiera soporto la cara que veo en el espejo. Mirad, cuando te haces mayor en la vida, hay cosas que se van. Vamos, eso es parte de la vida. Pero solo aprendes eso cuando empiezas a perder esas cosas. Descubres que la vida es cuestión de pulgadas, así es el fútbol. Porque en cada juego, la vida o el fútbol, el margen de error es muy pequeño.
(Un domingo cualquiera)

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