12/23/2009
Trátase de la ciudad movible y el río vagabundo
Frenó en seco y aparcó el coche en la cuneta. Veinticinco árboles de hoja perenne la flanqueaban por su derecha mientras que a su izquierda sentía los 120km/h de los coches que recorrían la M-502.
Cogió su libreta de poemas y fue arrancando una a una todas las hojas.
Intentaba matar todos los versos negativos.
Creo que notaron el dolor: se redujeron trocito a trocito en nada.
Apareció un gato negro y su maullido hizo que se le pusieran los pelos como escarpias. Los ojos amarillos la retaban a salir del coche.
Y se hizo la nada.
Salió del coche, se giró para sonreirle y sonrió al vacío.
Soy realista y,
el realismo,
no se cura.
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